Soy enviada hacia Buenaventura, puerto marítimo Colombiano, por razones laborales. Diez horas de recorrido desde mi ciudad Medellín, y sin abandonarme ahí esta mi cámara fotográfica, de gran alcance, con poderosas gigas de almacenamiento, cámara que le ha tomado fotos a un lindo sol de amanecer, a una luna casi llena que se llevo todos los créditos durante la noche del viaje, también fotografió a un mar extenso que se pierde en el infinito, ha capturado fotos de gaviotas que revolotean de aquí para allá, de pesados barcos de carga que entran y salen del puerto, barcos que tanto cuando entran como parten dan a escuchar a sus habitantes y turistas un estruendoso sonido muy particular como el de una fuerte corneta, algo parecido a el de los buses cuando llegan a los pueblos. Mi cámara los fotografía de manera consecutiva hasta que estos gigantescos se ven diminutos y se pierden en el horizonte del mar. Mi cámara toma decenas de fotos por minuto, pues en realidad en vez de una cámara me acompañan dos y me las ha regalado la naturaleza, pues cada ves que abro y cierro mis ojos capturo una imagen o tomo una foto.
Mis cámaras fotográficas poseen mucha más tecnología que una cámara digital o que una cámara profesional, pues éstas no tienen esa resolución de expresión que a mis ojos les sobra. Fotos de picada y de contra picada, destellos de luz y falsees es lo que brotan de mis ojos.
Que bueno seria poder tener una especie de conexión entre nosotros los seres humanos, algo así como las largas trenzas de los seres de la película Avatar, o para ser mejor entendida algo como un cable USB, algo que se pudiera enchufar en nuestras cabezas, para de esta manera poder compartir nuestras fotografías capturadas por nuestros ojos.
Me encuentro en el faro de Buenaventura y la ultima foto que capturo es la un barco de unos 40 metros de largo aproximadamente, que se acerca al puerto lentamente, espero el sonido de la corneta.